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En @CoollegeFB y @TheSpanishBowl nos sentimos orgullosos de nuestros fieles seguidores e irradiamos satisfacción cuando algunos de ellos toman la palabra, abren su corazón y relatan las tradiciones centenarias y las hazañas de la mascota de ese programa universitario -por muy ignoto que sea-, el cual reside en la esencia propia de su alma. Hoy nos enorgullecemos en presentar a un fiel amigo, compañero, una persona que es todo nobleza y pasión, un individuo, cuya existencia va indisolublemente unida a la costura de un ovoide. Señoras y señores, con todos ustedes el gran Antón Gallo, @ElChicoDelDAI.

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El apartado de tradiciones y mascotas que normalmente nos traen los chicos de Coollege y, eventualmente, colaboradores que alimentan esta gran pasión -que va ganando adeptos poco a poco-, nos trae una parte de la mística de esas universidades de las cuales nos declaramos seguidores y que no podemos rendir pleitesía -tal y como nos gustaría-.

Cuando la realidad se junta con la ficción… cuando la tentación de un pequeño hilo hace que, tirando algo de él, encuentres algo desconocido que te atrapa para tener que contarlo… cuando tienes a amigos que además te alimentan esa pasión de lo desconocido y cuando tienes a un amigo que te cuenta una historia maravillosa enlazada a ese pequeño hilo del cual tiraste, sucede que te encuentras con Cornell Big Red

Cornell apareció en mi vida a través del entrenador Marty Daniels, cuyo nombre en la realidad es Ed Marinaro. Aquel entrenador de Blue State Mountain -serie díscola sobre College Football estrenada en enero de 2010- quizás haya sido uno de los mejores Big Red que ha pisado el Schoellkopf Field.

Sin más dilación, me enorgullezco en presentar uno de los programas más longevos del Football universitario: Cornell Big Red.

 

 

TRUSTEES’ CUP, LA RIVALIDAD CONVERTIDA EN TROFEO

Así es el nombre que, a partir de 1995, adquirió el partido que enfrentaba a Cornell Big Red contra Pennsylvania Quakers. Este trofeo premia al ganador de una de las rivalidades históricas surgidas a finales del siglo XIX.

 

 

La primera piedra de una rivalidad… / upenn.edu

 

El primer partido entre estas dos universidades se remonta al 18 de noviembre de 1893. Un partido con un escenario que no se repetiría jamás: el Germantown Cricket Club, situado en Manheim. Con un resultado de 50-0 favorable a los Quakers, ese encuentro quedará marcado para la historia como el inicio de una rivalidad perpetuada hasta el día de hoy. La siguiente edición ya tendría un lugar fijo, el Franklin Field de la universidad de Pennsylvania. Todo un santuario para los Quakers y que vería cómo -casi ininterrumpidamente- esta rivalidad sería acogida durante cerca de setenta ediciones.

En 1964, este derbi se vio, por primera vez, en el Schoellkopf Field. Se puso así fin a la tradición del día de Acción de Gracias y, a partir de aquel entonces, esta batalla se disputaría en modo Home-and-away, o lo que viene siendo, un partido en Cornell, y al año siguiente, en Pennsylvania.

Casualidades de la vida, si bien es una de las rivalidades más longevas y situada en el quinto lugar en el top de enconados enfrentamientos, siempre fue uno de los partidos que más gente atraía en las primeras décadas del siglo XX.

Dos partidos tienen una mención especial en este apartado. El primero, el encuentro de 1931 que acabó con la victoria de Cornell por 7-0. Se dice que este partido congregó a 70000 personas aproximadamente y consiguió una primera plana en los periódicos de la época, con un resumen cuarto por cuarto.

 

 

Entrada de un partido que hizo historia… 80.000 personas / Worthpoint.com

 

El siguiente partido nos traslada a 1947 cuando se dice que el Franklin Field tuvo un lleno hasta la bandera, congregando a cerca de 80000 personas. A partir de ahí… la cosa fue decayendo hasta decidir que el tradicional partido de Acción de Gracias, en el Franklin Field, se sustituyese por el modo Home-and-away.

 

 

SOPA DE TOMATE CAMPBELL

Seguramente querido lector, te desconcierte ver el título de “Sopa de Tomate Campbell”, pero has de saber, que las latas de sopa más famosas tienen su íntima relación con Cornell Big Red.

Todo se remonta al día de Acción de Gracias de 1898, cuando Cornell se enfrentó a la universidad de Pennsylvania. Nuestros Big Red cayeron con honor ante los Quakers por 12-6, pero los colores impresionaron a Herberton L. Williams, principalmente, por su brillantez. Tanto deslumbraron a este ejecutivo, que sustituyó los antiguos colores de las latas.

 

 

Así eran los colores de la lata en 1897 / amazon.com

 

Aquellos colores -negro y naranja- dejaron paso al color carnelian red de Cornell Big Red.

 

 

EL APODO DE BIG RED

Hay que fijarse en lo importante que es este color incluso para cambiar los colores de una lata de sopa de tomate. 

Debido a su color, todos los equipos de Cornell eran conocidos como Carnelian and White. Pero todo esto cambió cuando Romeyn “Rym” Berry, compuso en 1905 la canción “The Big Red”. En 1906, y con música de Charles E. Tourison, ganó el certamen de canciones de football aquel año. Tal fue el éxito de esta canción, que al año siguiente, el uso del apodo “Big Red” ya era un hecho y estaba más que extendido. También guarda un puesto de honor en la lista de canciones de la universidad junto a “Far Beyond Cayuga’s waters” o “Give my regards to Davy

 

 

THE FIFTH DOWN GAME

Todo un ejemplo de elegancia y deportividad, sin lugar a dudas. Nos trasladamos al 16 de noviembre de 1940. Cornell, número 1 en el ranking aquel año y con una racha impoluta de 18 victorias, se enfrentaba a Darmouth, a los Big Green de nuestro amado Keggy the Keg. Con un resultado de 3-0 favorable a Darmouth, Cornell anotaba un touchdown para conseguir una victoria en la última jugada del partido por 7-3. El lunes, el entrenador de Cornell, Carl Snavely, y el director Robert J. Kane revisaron el partido y se daban cuenta de una cosa. El touchdown de la victoria había sido conseguido en un quinto down, algo que no advirtió el árbitro del partido, el señor Red Friesell.

 

 

Coach Snavely y el capitán Walt Matuszak, ejemplos de honradez / cornellalumnimagazine.com

 

Tras comentar esta circunstancia a Darmouth, Coach Snavely procedió a reunir al equipo para que decidiera por sí mismos el resultado y la deriva del partido. El capitán, Walt Matuszak, representando al equipo, dijo que optaban por perder el partido.

Casualidad o no, no había precedente alguno y no había norma alguna que permitiera hacer algo así, por lo que Cornell decidió renunciar a la victoria para que, así, Darmouth obtuviera lo que se había ganado en el campo. A día de hoy, queda como un ejemplo tremendo de deportividad y como -quizás- el único partido colegial que se ha decidido fuera del propio emparrillado.

 

 

EL HOMBRE RÉCORD

Ed Marinaro es, sin duda, el hombre récord de Cornell y el ejemplo a seguir para muchos de sus jugadores. Ni Chad Lovett le logró batir, y eso que estuvo una temporada más que Marinaro. Tres temporadas entre los cinco mejores en cuanto a yardas de carrera totales, 9 partidos con más de 200 yardas de carrera, primero en touchdowns de carrera con 50, número uno en carreras totales solo con tres temporadas (4715 yardas), más touchdowns en un partido con 5 -conseguido dos veces-.

 

 

Marinaro anotando ante Princeton / cornell.edu

 

Y la lista sigue y sigue… Hasta acabar siendo candidato al Heisman en 1971 (quedó segundo por detrás de Pat Sullivan, QB de Auburn) y el jugador drafteado en la ronda más alta por parte de Cornell: segunda ronda, número 24 por los Vikings.

 

 

TOUCHDOWN

Si bien Touchdown fue la mascota oficial de Cornell y uno de sus pilares fundamentales, no fue el primer oso que estuvo en la universidad. El primer oso que “zascandileo” por la universidad fue comprado por el profesor de Zoología, Burt Green Wilder y fue cuidado por John Henry Comstock. Este oso fue muy querido en la universidad, pues sirvió como distracción a los alumnos, aunque todos sabían que era un animal para estudio. Se dice que era un aventurero y un travieso, hasta tal punto que le gustaba hacer viajes a altas horas de la madrugada. Uno de ellos, fue una visita sorpresa al capellán de la universidad.

El primer Touchdown llegó en 1915, gracias a 25 dólares (gastos de envío excluidos). El conocido como Touchdown I, venía con muy buen presagio. ¿El motivo? Aquella temporada los Big Red acabaron invictos.

Una de esas victorias vino precedida de algo que aconteció contra los Crimson. Harvard mantenía una racha de treinta victorias seguidas y Cornell debía enfrentarse a ellos. La noche anterior al partido, los Big Red Boys se hospedaron en el Hotel Lenox (sigue abierto para quien lo quiera buscar) y Touchdown, por orden del gerente del hotel durmió en el vestíbulo. Lo que pasó esa noche fue que, aproximadamente, a las cuatro de la madrugada, aparecieron unos cuidadores de Touchdown para hacer las rutinas matutinas de nuestra querida mascota… pero no era así. Eran estudiantes de Harvard, que iban disfrazados y habían secuestrado al oso. 

Afortunadamente, fue encontrado más tarde esa mañana por uno de los entrenadores de Cornell. Los secuestradores lo habían dejado en el campo de béisbol de la universidad y gracias a los alaridos del pobre Touchdown, lo habían encontrado. Lo siguiente era lograr entrar en ese campo a por él, y el bedel encargado de Harvard se negaba a ello. Rehusaba porque no se lo decía el manager del equipo de los Crimson, Percy Haughton. De este patético individuo se rumorea que llegó a estrangular a un bulldog en 1908, con tal de motivar a sus jugadores contra Yale. Al final Touchdown fue rescatado, el bedel encerrado y los Big Red completaron su particular “grand chenel”, acabando con el invicto de Harvard, venciéndolos 10-0. ¡Por Touchdown!

Ese mismo año, Touchdown también hizo de las suyas, pero esto ya tenía que ver más con su naturaleza. El invierno estaba entrando, el frío era presente y, claro, los osos entran en hibernación. En el derbi contra Penn pusieron a las dos mascotas una enfrente de la otra para la fotografía de rigor. En cuanto se acercaron, Touchdown lo noqueó. Aquel partido lo ganó Cornell, pero quizás fue una victoria amarga. ¿Por qué? Tuvieron que decidir el destino de Touchdown a final de temporada. Al final volvió con su antiguo entrenador a Maine, donde vivió el resto de sus días.

 

 

Esta foto acabo muy mal… / antiquesportscollector.com

 

Llegó 1916, y con el nuevo manager, un nuevo Touchdown. Walt Lalley y Touchdown II, un cachorro de oso negro procedente de Maine, y la verdad, es que parece que no fue muy querido, puesto que tristemente lo abandonaron en el propio campo tras la derrota ante Penn por 23-0. En ese partido, Penn -tras la experiencia negativa del año anterior- había llevado un oso llamado Jack Victory. Pennsylvania adoptó brevemente a Touchdown II, pero después de la Rose Bowl que jugaron ante Oregon y perdieron por 14-0, no se sabe nada más del pobre Touchdown.

Touchdown III fue un regalo de un estudiante de Cornell que era de Montana. Tuvo muy buena acogida la nueva mascota, pero también tenía sus detractores. Fue un oso solidario, pues se manifestó con los estudiantes reclamando un mejor salario hacia los profesores. La última localización que se le conoce a Touchdown III fue el Cornell Club de Nueva York. Se dice, se comenta, se rumorea que acabó en un Zoo de Akron (ciudad natal de Lebron James), pero realmente no se sabe nada de lo que le pasó.

Gil Dobie se hizo cargo al año siguiente del equipo y no quiso tener un nuevo Touchdown, puesto que era una distracción para el equipo. Así pues, pasaron 20 años hasta que llegó el último Touchdown. Touchdown IV, una cachorrita de oso negro, aunque esta vez procedente de New Hampshire, fue adoptada por Cornell. Pero las cosas eran distintas, y así lo demostró James Lynah, el director general de Cornell. Prohibió a Touchdown entrar en Schoellkopf Field. Esto no gustó nada a los estudiantes que se unieron contra esta orden. Sin embargo, hubo dos reacciones. La de James Lynah que fue la inacción, fue aquel “protestaréis, pero no me convenceréis”; y la de los estudiantes, que pareció espolear a los Big Red.

Esta temporada -la de 1939- supondría el fin de los “Touchdown”, tal y como se conocían, puesto que Touchdown IV sería la última de la saga. Cornell rendía visita a Ohio State. Los alumnos de Cornell procedentes del estado de Ohio, sabiendo lo que pasaba con Touchdown, la invitaron a Cleveland. Así que con sus cuidadores fue a ver cómo ganaba Cornell a unos invictos Buckeyes 24-13. Parece ser que la celebración en el Cornell Club de Cleveland se desmadró hasta tal punto que la inquieta Touchdown IV apareció en un night club de Cleveland, lugar en el que fue “arrestada”. Al final, Cornell logró liberarla, para posteriormente dejarla en los bosques del oeste de Pennsylvania, donde viviría el resto de sus días.

Todo esto pareció espolear aún más a nuestros muchachos para conseguir un 8-0, la temporada perfecta. Aunque el equipo declinó jugar la Rose Bowl… tenían que ponerse al día con sus deberes.

 

 

TOUCHDOWN ES LA MASCOTA, ¿VERDAD?

Aclaremos que, para nosotros, Touchdown fue, es y siempre será la mascota de Cornell. Otra cosa es que “los de arriba” quieran. Si bien la saga de las mascotas vivas acabó con Touchdown IV. En 1978, Ron Winarick cambió el panorama. Todo gracias a un disfraz que donó para la causa y que él mismo llevaba mientras estudiaba, animando a sus queridos Big Red. Gracias a este hombre, se logró impulsar que siempre hubiera un Touchdown en Schoellkopf Field (aunque fuera disfrazado). Así el legado de Touchdown, permanecería vivo

Hay que aclarar algo. La mascota oficial es el Big Red Bear. Sin embargo, para Coollege, Touchdown siempre será la mascota real y el precursor de Big Red Bear. En 2011, denegaron la solicitud de llamar “Touchdown” a la mascota del equipo y eliminar el apelativo Big Red Bear. Lo que no impidieron fue la estatua que está fuera de Teagle Hall. Una estatua representativa de los cuatro Touchdowns, una escultura para honrar a todo un legado.

 

 

Estatua de Touchdown / upload.wikimedia.org

 

Desde @CoollegeFB y @TheSpanishBowl nos sumamos a este homenaje -de nuestro compañero Antón- al indómito, inquieto, servicial y fiestero Touchdown. Creemos que su legado sigue vivo en Cornell y consideramos que su nombre debiera ser eterno, siendo asumido nuevamente como el apelativo más acorde a la mascota del Big Red. Touchdown y Cornell ya forman parte de nuestra existencia, se han colado en el fondo de nuestro corazón. La sopa de tomate, el quinto down o Ed Marinaro ya ocupan la cima del Olimpo de nuestras amadas y queridas tradiciones. Larga vida a Touchdown, pleitesía perpetua a Cornell. 

 

🔴⚪️ #YellCornell 🐻 #BigRedFootball 🌿🧸

 

@ElChicoDelDAI, representando a @CornellSpain & @CoollegeFB

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